Oscuridad,
cruce de disparos, el sonido estridente de las sirenas de los coches de policía
que a toda velocidad iban llegando a las inmediaciones del hospital, gritos, voces
mezcladas, cristales rotos, confusión… todo estaba sucediendo a un ritmo
vertiginoso.
Máximo,
el enfermero, había sido dado por muerto por los atacantes y en un descuido de ellos
había conseguido salir de la sala y avisar a la policía y a los responsables
del hospital y del tratamiento de los enfermos. Tenían que frenar como fuera lo
que estaba ocurriendo. Si no llegaban pronto y actuaban en consecuencia, la
segunda planta del hospital se convertiría en una masacre.
Tres
enfermos pertenecientes al pabellón “C” y que habían sido rechazados para su
inclusión en la terapia de K-Thar-sys se habían amotinado y habían entrado en
el pabellón “A” dispuestos a terminar con todo aquel que se cruzase en su
camino. Uno de ellos, Luis Ponciano, el cabecilla, tenía armas que habían sido
introducidas en el hospital de forma clandestina y que entregó a sus cómplices.
Su plan había sido trazado cuidadosamente contando con colaboradores externos y
su objetivo era acabar con todos los avatares y con los principales
responsables del tratamiento.
La
noche era cerrada y fuera del hospital reinaba la más absoluta oscuridad rota
solamente por los destellos intermitentes de las luces de los coches patrulla y
los gritos de los asaltantes dando órdenes.
Un
grupo de agentes de operaciones especiales había logrado entrar en el hospital
por una de las puertas traseras y se dirigía al segundo piso del pabellón “A”
donde se estaba desarrollando el tiroteo. Debían actuar con sumo sigilo dado
que sabían que los amotinados tenían, al menos, tres rehenes y estaban
dispuestos a acabar con ellos.
En
la sala de juegos permanecían retenidos Mr. Marvin e Ícaro. Habían sido
sorprendidos por los atacantes mientras estaban iniciando una partida de cartas
con dos de los enfermeros, Robles y Máximo. El resto de los internos permanecía
en una sala contigua custodiados por los otros dos secuestradores.
Ícaro
y Mc Marvin estaban sentados en el suelo apoyados contra la pared, con las
manos atadas a la espalda y a una distancia considerable para evitar que
pudieran comunicarse entre sí. Robles estaba inconsciente tendido en el centro
de la habitación y Máximo había podido escapar en la confusión inicial del
asalto y bajar por la escalera de servicio hasta el sótano desde donde había
avisado a las fuerzas de seguridad.
Conmocionado
por los acontecimientos, Ícaro recordaba que unos días antes, había mantenido
una conversación con el misterioso celador Héctor T. En ella le confesó su baja
disposición de ánimo en parte motivada por los pobres resultados de la terapia
en su proceso de curación. Semanas atrás pensó que podía estar entre los cinco
enfermos que iban a ser dados de alta, pero al final eso no había sido posible
y seguía ingresado en el hospital. No veía salida a su problema que ahora se
agravaba con los sucesos de las últimas horas.
Hector
T se había ofrecido a ayudarle. Le había propuesto acompañarle en su
restablecimiento pero para ello debía querer salir de esa zona en la que estaba
resguardado porque, si bien su permanencia en el hospital le generaba cierta
ansiedad, por otra parte le proporcionaba una buena dosis de seguridad. Dentro
de la institución tenía sus necesidades cubiertas y no necesitaba esforzarse
demasiado.
Recordaba
las palabras de Héctor T: “Para salir del
hospital, de tu problema, de tu zona de confort tienes, en primer lugar, que
desear hacerlo. Sin miedo, mirando al frente, decidido a afrontar el nuevo reto
que supone eso para ti. Te acompañaré en ese reto y si lo consigues me
obligarás a que yo diseñe uno nuevo para mí del que serás testigo. Ese es mi
trato.”
En
ese momento, Ícaro percibió un dolor punzante en el muslo derecho seguido por
una cálida humedad. Se había cortado con uno de los trozos de cristal que
habían saltado de alguna ventana en el momento en el que se produjo el asalto.
Levemente
fue girando su cuerpo hasta que sus manos quedaron a la altura del pedazo de cristal.
Lo cogió entre sus dedos y comenzó a deslizarlo acompasadamente sobre la cuerda
que ataba sus manos hasta que los cabos se soltaron. Rápidamente decidió saltar
por la ventana. Conocía perfectamente el lugar y sabía que la caída hasta la
terraza del primer piso no suponía demasiado peligro. Una vez allí sería fácil
deslizarse hasta el jardín trasero y escapar.
Se
levantó bruscamente y se lanzó por sorpresa contra la ventana. El secuestrador
no supo reaccionar a tiempo y en ese momento un sonido de cristales rotos en
mil pedazos inundó la sala.
Escuchó
fuertes gritos y disparos en el momento en que su cuerpo aterrizaba en la
terraza mientras un grupo de policías con potentes linternas entraban en la
sala reduciendo en segundos al secuestrador que asistía a los acontecimientos
sin saber a ciencia cierta lo que estaba ocurriendo.
A
lo lejos, una figura corría sumergida en la oscuridad de la noche. Ícaro se
sentía libre, tenía su vida por delante. Una maraña de pensamientos y de proyectos
se agolpaba en su cabeza. Entre ellos el deseo de que algún día el destino le
volviese a reunir con los amigos que dejaba en el hospital.
-“Corre, no te pares, no mires atrás.
Sigue corriendo”, le decía una voz
en su interior que creyó reconocer de inmediato.
By Ícaro
Ícaro |
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