Por unos instantes, de
camino al parking con Andrea, Palmira intentó recuperar la imagen de sus padres
y no lo consiguió del todo. Era muy pequeña, 6 ó 7 años, cuando la dejaron en
Sevilla a cargo de su tutor y mentor, hasta hacía unos días que acababa de fallecer
a los 87 años y enterrado con todos los honores e ínfulas de su alto linaje.
Sus padres, según le explicaron ya adolescente, tenían compromisos y negocios
por toda Europa y no podían atenderla correctamente. Y hoy, tampoco estaban
aquí para recibirla.
Palmira revisó el último
mensaje de su padre: “Aunque se trata de una opción algo cara, también es la
más cómoda, un chófer te recogerá en la terminal del aeropuerto, te llevará en
coche hasta un muelle y en taxi acuático hasta el hotel”. ¡Eso era todo!
Al llegar al coche,
Andrea introdujo su equipaje de mano en la parte trasera, le abrió la puerta al
lado del conductor, la cerró delicadamente y antes de sentarse al volante se
quitó la chaqueta y la arrojó alegremente a los asientos traseros.
Palmira, dijo Andrea, te
llevo al “palazzo” de tus padres. Estaremos allí en unos 15 minutos y podrás
descansar un poco antes de la gala que te han organizado para que conozcas a
sus amigos. Tu madre, parece ser, tiene la misma talla que tú y puedes elegir
lo que quieras de su vestidor: vestidos, calzado, ropa interior, perfume, joyas…Yo
te recogeré para acompañarte al hotel donde se celebra la gala. Eso sí, ponte
elegante; ¡Aunque veo que no hace falta decírtelo!
Palmira, sorprendida,
sólo atinó a preguntar: ¿Mis padres estarán?
No, contestó Andrea, tus
padres están en Pamplona, en una reunión privada de joyeros europeos. Regresan
en dos días y entonces podrás hablar con ellos. Están muy interesados en
compartir sus proyectos contigo y que tú asumas la gestión de sus negocios.
Pero, ¿cuáles son esos
negocios? Preguntó, Palmira.
Andrea, abrió la guantera
y sacó una carpeta de piel labrada, con unos documentos. Se la entregó a
Palmira. Antes de abrir la carpeta, Palmira pudo comprobar que el anagrama
grabado en la carpeta era el mismo que ella ya conocía por las escasas cartas
recibidas de sus padres durante su larga estancia en Sevilla. Asombrada,
también comprobó que era el mismo anagrama que Andrea tenía grabado o tatuado
en el antebrazo de su brazo derecho.
¿Qué significa todo esto?,
preguntó Palmira. No entiendo nada, ¿para qué me han llamado?
No lo sé, respondió
Andrea, yo sólo soy un simple sirviente. Igual que tú, creo ¿O no vienes a
servir al AMO?
By Perseo
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