A
las 19:30, ni un minuto antes, ni un minuto después, Palmira y su hija
transitan por las instalaciones de la terminal diseñada por el arquitecto
Rafael Moneo; una terminal que, como construcción, encaja perfectamente en la
cultura andaluza, representada, en este caso de manera magistral, por los
naranjos que reciben a los viajeros. A pesar de ser domingo, el Aeropuerto de
Sevilla-San Pablo se encuentra de bote en bote. Palmira y su hija que, a estas
alturas y dado el grado de desconcierto de su madre, ya toma las decisiones que
van siendo pertinentes, transitan por la terminal pertrechadas, únicamente, de
un bolso y de un pequeño maletín de mano.
-La
verdad, cariño, es que sigo desconcertada.
-No
te preocupes, no estás sola. Estoy aquí contigo.
Ambas abandonan la
terminal, localizan un taxi, y “K” aprovecha un descuido de su madre, para
darle al taxista las indicaciones pertinentes.
-¿Por qué no tratas de descansar,
Mamá? El trayecto nos llevará un rato.
-Lo intentaré.
Nada más arrancar,
Palmira se va dando cuenta de cómo la va invadiendo un estado de sopor que la
lleva hasta la somnolencia. Estado en el que, como si de un largometraje se
tratara, van pasando ante ella, distintas imágenes de acontecimientos acaecidos
desde su salida de Sevilla: el primer encuentro con Andrea, esos ojazos azules
que lograban traspasarla, el fallecimiento de Isaac, conocer a Martin y a
Alison, el asesinato de Daniel, redescubrir a Nara, el tiempo en cautividad,
los Poncianos, su embarazo…, pero, sobre todo, aquellas imágenes que la volvían
a conectar con su Sevilla querida: los naranjos, el azahar, el parque de María
Luisa, los coches de caballos, la petición de mano de su novio, la traición de
Raúl,...
-Mamá, ¿estás bien?
-Eh, ¿qué pasa?, ¿dónde
estamos?
-Tranquila estabas
hablando en sueños.
-¿Qué?
-Sí, decías algo así como
“cabrón, me has robado el proyecto”
-Ah, eso, bueno sí, es
agua pasada. No merece la pena ser recordado.
-Mamá
-Sí
-¿Por qué no me cuentas
algo de tu vida aquí? Algo que te traiga buenos recuerdos.
-No sé… Bueno, vale. Unos
de los mejores recuerdos que tengo son aquellos que me acercan a los momentos
que he pasado con Macarena. Éramos dos chiquillas cuando nos conocimos, no
tendríamos más de 7 u 8 años. Íbamos juntas al colegio y, casi desde el inicio,
conectamos de una manera muy especial. Nos hicimos amigas inseparables.
Crecimos juntas, vivimos nuestros primeros amores “juntas”, sufrimos juntas y,
así, poco a poco, llegamos a la universidad. A ambas nos encantaba el arte, de
manera que cursamos la licenciatura en Bellas Artes. Al finalizar, yo me
convertí en la directora de una galería de arte y, Macarena, en una de las
marchantes de la galería. Tras aquellos años maravillosos en Sevilla,
no son pocos los incidentes que nos han acaecido. Ahora bien, nuestra amistad
se ha mantenido imperturbable con el paso de los años. Más bien, yo diría, que
se ha fortalecido.
El taxista, por su parte,
que iba a lo suyo, tomó el último giro y se adentró poco a poco en la calle
Matahacas, en pleno corazón del sevillano barrio de Triana.
-Bueno, pues ya estamos
Palmira, distraída,
narrando su historia, no había prestado excesiva atención al trayecto hasta que
el vehículo se detuvo a la puerta de un local, presidido por un cartel en el
que se podía leer “Cafetería Triana”.
Los ojos de Palmira,
abiertos como platos, interrogantes, se dirigieron escrutadores hacia su hija.
Ésta, tras encogerse de hombros, replica:
-¿Qué esperabas? Aquí
empezó todo ¿no? Aquí encontrarás todas las respuestas. Espero que estés
preparada. Yo no puedo acompañarte más. He de quedarme aquí. Mi misión
consistía en traerte hasta aquí.
Palmira, presa de la
emoción, desciende del vehículo y se adentra en el local…
By Txiqui
Txiqui |
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por participar en K-Thar-Sys, todas las opiniones son tenidas en cuenta para el desarrollo de la historia.