<<La que manda soy yo, la que manda soy yo>>
En esas estaba cuando, de repente, y como suelen ocurrir estas cosas, una idea le cruzó la mente -fugaz como un rayo-, a la par que una sonrisa se le iba dibujando en los labios. <<Lo haré, tengo que hacerlo, comenzaré hoy mismo a arrojar un poco de luz sobre mi pasado>> pensó.
Cerró un momento los ojos y volvió a experimentar ese ligero mareo que le resultaba vagamente familiar. Se asomó a la ventana y, mientras contemplaba el entorno, fabuloso y lleno de colores en esta época del año, tomó la decisión de concertar una nueva cita con el Dr Weiss. Con todos los acontecimientos acaecidos, la posibilidad de verse con él en Italia, se había desvanecido. No pasa nada -se dijo-. Esta vez viajaría a Estados Unidos. Lo haría. Lo voy a hacer -se repitió mentalmente-
Tomó un vuelo desde el aeropuerto internacional Marco Polo, un vuelo que, en poco más de 8 horas la situó en el John F. Kennedy.
Nada más llegar, se detuvo a contemplar el magnífico edificio que albergaba uno de los aeropuertos más importantes del mundo. Conocido en su origen como Aeropuerto Idlewild, estaba situado en Queens, a unos 20 km. de Manhattan.
Sin más demora y, tras pasar el control de inmigración, salió al exterior y se dispuso a localizar un medio de transporte que la acercase a su destino. Entre las distintas opciones -Air Train, Shuttle, Bus,...- se decantó finalmente por la opción que se le antojó más cómoda, el taxi. El día era magnífico, lo que, a pesar del cansancio, le infundió un ánimo que estaba lejos de creerse. Al paso de Palmira, como ya iba siendo habitual, más de uno de los taxistas -que aguardaban clientes desde el interior de sus vehículos-, no pudo por menos que girarse y observar esa magnífica melena rojiza ondeando al viento. Palmira sonrió, aunque no siempre había llevado de esa manera el saberse el centro de las miradas. Se acercó a uno de los taxistas y le facilitó la dirección: cruce Lexington Avenue y la Tercera Avenida.
Se acomodó en el asiento trasero y se dispuso a disfrutar del trayecto, un trayecto que podía seguir a través de una pequeña pantalla táctil que le iba dando cuenta, en tiempo real, de los lugares por los que iba pasando. Aprovechó para tratar de encontrar respuesta a una pregunta que no dejaba de asaltarla día y noche: <<¿Quién querrá matarme?>>. Instintivamente se llevó la mano al hombro, todavía le dolía.
Al llegar al destino y, tras abonar el importe de la carrera más la pertinente propina, se apeó y enfiló Lexington Avenue. En menos de cinco minutos, se detuvo ante el Citigroup Center -un imponente edificio que alberga multitud de oficinas repartidas por sus 59 plantas-. Se adentró en el hall y tomó un ascensor que la dejó en la planta 38, donde se encontraba la consulta del Dr Weiss.
Tras llamar a la puerta, la secretaria le franqueó la entrada y la condujo, sin más preámbulos a la consulta del Doctor.
-Señorita Palmira, pase por favor
-Hola, Dr Weiss, encantada de conocerle.
- Usted dirá, ¿en qué puedo ayudarla?
-Me gustaría que usted me ayudara a volver sobre algunos aspectos de mi pasado que, digamos, necesito solventar.
-¿Se ha sometido alguna vez a terapia regresiva?
-No, pero creo que es el único camino.
-Nunca existe una única vía para sintonizar con nosotros mismos.
Palmira fue a replicar, pero no pudo continuar, -un ligero mareo logró nublarle la vista-.
-¿Se encuentra bien?
-Sí, sólo es, no sé…., espere.
-¿Lo nota?
-Un momento, ¿ya ha comenzado con el…digamos, procedimiento?
-¿No es eso acaso lo que quiere?, ¿está segura de que quiere retornar a esa parte de su pasado? Ya sabe que, sólo así, podrá desactivarse.
Los párpados comenzaron a pesarle, ya no podía hacer otra cosa que seguir las indicaciones del Doctor. “Inspira, espira suavemente, inspira, espira, inspira, espiiiiiraaa, inspiiiiiiraaaa, …”, poco a poco fue abandonándose, cada vez estaba más alejada del ahora e, invadida por una sensación de paz, notaba como se iba aproximando a…
En esas estaba cuando, de repente, y como suelen ocurrir estas cosas, una idea le cruzó la mente -fugaz como un rayo-, a la par que una sonrisa se le iba dibujando en los labios. <<Lo haré, tengo que hacerlo, comenzaré hoy mismo a arrojar un poco de luz sobre mi pasado>> pensó.
Cerró un momento los ojos y volvió a experimentar ese ligero mareo que le resultaba vagamente familiar. Se asomó a la ventana y, mientras contemplaba el entorno, fabuloso y lleno de colores en esta época del año, tomó la decisión de concertar una nueva cita con el Dr Weiss. Con todos los acontecimientos acaecidos, la posibilidad de verse con él en Italia, se había desvanecido. No pasa nada -se dijo-. Esta vez viajaría a Estados Unidos. Lo haría. Lo voy a hacer -se repitió mentalmente-
Tomó un vuelo desde el aeropuerto internacional Marco Polo, un vuelo que, en poco más de 8 horas la situó en el John F. Kennedy.
Nada más llegar, se detuvo a contemplar el magnífico edificio que albergaba uno de los aeropuertos más importantes del mundo. Conocido en su origen como Aeropuerto Idlewild, estaba situado en Queens, a unos 20 km. de Manhattan.
Sin más demora y, tras pasar el control de inmigración, salió al exterior y se dispuso a localizar un medio de transporte que la acercase a su destino. Entre las distintas opciones -Air Train, Shuttle, Bus,...- se decantó finalmente por la opción que se le antojó más cómoda, el taxi. El día era magnífico, lo que, a pesar del cansancio, le infundió un ánimo que estaba lejos de creerse. Al paso de Palmira, como ya iba siendo habitual, más de uno de los taxistas -que aguardaban clientes desde el interior de sus vehículos-, no pudo por menos que girarse y observar esa magnífica melena rojiza ondeando al viento. Palmira sonrió, aunque no siempre había llevado de esa manera el saberse el centro de las miradas. Se acercó a uno de los taxistas y le facilitó la dirección: cruce Lexington Avenue y la Tercera Avenida.
Se acomodó en el asiento trasero y se dispuso a disfrutar del trayecto, un trayecto que podía seguir a través de una pequeña pantalla táctil que le iba dando cuenta, en tiempo real, de los lugares por los que iba pasando. Aprovechó para tratar de encontrar respuesta a una pregunta que no dejaba de asaltarla día y noche: <<¿Quién querrá matarme?>>. Instintivamente se llevó la mano al hombro, todavía le dolía.
Al llegar al destino y, tras abonar el importe de la carrera más la pertinente propina, se apeó y enfiló Lexington Avenue. En menos de cinco minutos, se detuvo ante el Citigroup Center -un imponente edificio que alberga multitud de oficinas repartidas por sus 59 plantas-. Se adentró en el hall y tomó un ascensor que la dejó en la planta 38, donde se encontraba la consulta del Dr Weiss.
Tras llamar a la puerta, la secretaria le franqueó la entrada y la condujo, sin más preámbulos a la consulta del Doctor.
-Señorita Palmira, pase por favor
-Hola, Dr Weiss, encantada de conocerle.
- Usted dirá, ¿en qué puedo ayudarla?
-Me gustaría que usted me ayudara a volver sobre algunos aspectos de mi pasado que, digamos, necesito solventar.
-¿Se ha sometido alguna vez a terapia regresiva?
-No, pero creo que es el único camino.
-Nunca existe una única vía para sintonizar con nosotros mismos.
Palmira fue a replicar, pero no pudo continuar, -un ligero mareo logró nublarle la vista-.
-¿Se encuentra bien?
-Sí, sólo es, no sé…., espere.
-¿Lo nota?
-Un momento, ¿ya ha comenzado con el…digamos, procedimiento?
-¿No es eso acaso lo que quiere?, ¿está segura de que quiere retornar a esa parte de su pasado? Ya sabe que, sólo así, podrá desactivarse.
Los párpados comenzaron a pesarle, ya no podía hacer otra cosa que seguir las indicaciones del Doctor. “Inspira, espira suavemente, inspira, espira, inspira, espiiiiiraaa, inspiiiiiiraaaa, …”, poco a poco fue abandonándose, cada vez estaba más alejada del ahora e, invadida por una sensación de paz, notaba como se iba aproximando a…
By Txiki
Txiki |
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