Mira que había recorrido
en su infancia y adolescencia los Jardines Altos de Barraca, pero jamás un
trayecto tan corto como eran los 100 metros que le separaban de Daniel se le
hicieron tan largos.
De su adolescencia
recordaba los agradables y entrañables paseos con Daniel. Se sentaban siempre
que podían en el mismo banco de madera, si éste estaba disponible, para desde
allí observar las ciudades medievales de Cospicua, Vittoriosa y Senglea, a la espera
de que sonasen las salvas que a cada hora se disparan. Desde ese punto, Daniel
aprovechaba a contarle diferentes historias, unas reales y otras no tanto,
mientras Palmira le observaba con sus grandes ojos, ansiosa por saber más y
más.
¡Por fin estaba entre sus
grandes y fornidos brazos! Daniel la estrechó con fuerza, su abrazo parecía
eterno, como si ninguno de los dos quisiese que ese preciso instante acabara.
Daniel, que parecía
nervioso, la tomó por los hombros con ternura. -Busquemos ese banco en el que
hace años disfrutábamos de nuestras charlas, aun siendo tú una adolescente y
sin que tu vida hubiera sufrido grandes sobresaltos.-
Palmira se percató de que
Daniel parecía estar al corriente de todos los pormenores que estaban
aconteciendo en su vida. Y si era así, ¿por qué no la había salvado de muchas
de las situaciones, o por lo menos avisado? No lo comprendía…
Caminaron por los bellos
jardines, y durante ese escaso recorrido que pudo durar dos minutos, ninguno de
ellos pronunció palabra. Se dejaban llevar como antaño por todo ese paraíso
natural que les acompañaba, en el que había palmeras, plantas exóticas,
monolitos, placas conmemorativas, y destacando entre todos la figura de sir
Winston Churchill. Llegaron al banco, parecía como si les hubiese estado
esperando todos estos años. ¡Qué sensación!
Se sentaron lentamente,
no llegaron a pronunciar ni una palabra cuando sus miradas se buscaron, poco a
poco los ojos de Palmira se empezaron a humedecer y sus lágrimas invadieron su
rostro sin más.
Daniel sacó del bolsillo
derecho de su pantalón un pañuelo blanco. Palmira se lo agradeció y enseguida
se percató de que en una de las esquinas del mismo, aparecía bordado nuevamente
ese escudo que le llevaba acompañando de un modo u otro desde hacía meses, era
como el suyo, con las hojas de laurel pero sin ese diamante que había visto en
otros casos. Eso sí, figuraba la letra T.
Palmira empezó a sentirse
nerviosa, no entendía nada. Necesitaba que le diesen respuesta a tantas preguntas y no sabía por dónde empezar…
No lo pensó más e inició
el diálogo.
Daniel, tanto Isaac como
tú velasteis por mí durante mi niñez y adolescencia. Isaac ya no me puede
acompañar, pero afortunadamente tú estás aquí, ¿por qué ahora que te necesito
más que nunca, mis padres te han alejado de mí? -
Daniel, con los ojos
humedecidos le contestó.
Querida, el papel que me
han otorgado ya no es ese. Tus padres son poderosos, como habrás podido
observar en estos meses, y saben muy bien lo que quieren de ti y de todos “sus
elegidos”.-
Palmira se sentía aún más
perdida y a la vez se preguntaba, “¿podré confiar en Daniel cómo siempre lo
hice?” Algo en su interior le dijo que sí.
Daniel, que la conocía
como si fuese su hija, intuyó su duda, por lo que enseguida se apresuró a
decirle, - Palmira, mi encargo es otro, pero para mí seguirás siendo siempre
esa dulce e inocente jovencita de melena ondulada y rojiza y ojos avispados.
Siempre vigilaré por tu bienestar, ¡no me lo van a poder impedir!
-Palmira se preguntó,
“¿impedir?”, “¿quién?”, “¿por qué?”
Sabía que tenía aún
tiempo para seguir hablado con Daniel. No obstante, no pudo contenerse y le
preguntó sin rodeos, - Daniel, ¿por qué tengo tatuada en mi cuello la letra K y
tú, en tu pañuelo de igual forma la letra T? ¿Qué hay detrás de estos dichosos
tatuajes que parecen marcarnos como ganado? –
Daniel le miró con
firmeza y le dijo, -serán más los que veas y con un orden establecido. La
familia Caelum no deja nada al azar…-
By Tacones Cercanos
Tacones Cercanos |
Sutileza es la palabra que mejor puede definir al arte que fluye de la pluma de Tacones Cercanos.
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