Palmira
está sentada con Daniel en su banco preferido junto al mirador sobre el gran
puerto. Mientras, con 7 horas de diferencia y más de 8.000 kilómetros de
distancia, Martin veía golpear las gotas de lluvia sobre el gran ventanal de la
habitación 1710.
En
su rostro, y como si de un espejo se tratase, caían lágrimas. Pudo comprobar el
sabor salado que quedó junto a la comisura de sus labios. Ella, permanecía inmóvil en la cama.
Sabía
que era la última vez que iban a estar juntos. Ya no se volverían a hablar; sus
manos no colocarían su cabello; no cenarían en restaurantes donde eran
observados por los otros comensales;
tampoco miradas cómplices; el último beso y abrazo se lo acababan de dar.
Era una despedida.
El
cuerpo de Martin comenzó a segregar noradrenalina que aumentó su presión
arterial. El corazón parecía un caballo salvaje que a galope huía de la manada.
La dopamina bajó rápidamente de nivel. La acetilcolina hizo que su cuerpo se quedará
muy frio. Todas esas sustancias, como palancas funcionando en el cerebro, hacían que pasara de la rabia al asco, de
éste a la culpa; la tristeza invadía su cuerpo. Y por supuesto el miedo, ante
esta nueva situación, se instaló en lo más profundo de su ser.
Desde
ese instante la vida de Martin no iba a ser la misma. Había pasado algunos días
encerrado entre esas cuatro paredes blancas desde que a su madre le habían
diagnosticado un cáncer terminal e ingresado con carácter inmediato. La
enfermedad llegó sin avisar y les pilló por sorpresa. Ya no había nada que
hacer, simplemente que pasara sus últimos instantes de forma calmada. Él no
tenía más familia que a ella, desde que quedó huérfano de padre hacía unos
meses. Sus prioridades cambiaron cuando conoció la noticia. Abandonó
momentáneamente su loft de la planta 50 en la torre Hancock, con vistas al lago
Michigan, por una fachada de cristal en un piso 17 de uno de los hospitales más
prestigiosos de Estados Unidos. Su objetivo fue cuidarla y olvidarse del
trabajo.
Frente
al ventanal, que también lloraba la muerte de su madre, fue recordando una a
una todas las palabras. Esas, que con una voz pausada y muy tenue, había
pronunciado antes de fallecer en la habitación del Northwestern Memorial
Hospital.
-Martin,
he temido mucho que llegara este momento. No te quiero hablar de la muerte, más
bien de la vida. Esa vida plena que me has dado. Eres un hijo excelente. Que
sepas que la genética no tiene nada que ver con los sentimientos y aunque nos
parecemos físicamente tengo que decirte que no te llevé dentro de mí durante
nueve meses, pero al cogerte en mis brazos por primera vez fui la mujer más
feliz del universo.
Tu
padre y yo no podíamos tener hijos. Fuimos a multitud de médicos pero todo fue
inútil. Un día recibí una llamada de Italia. Un amigo de la Universidad conocía
mi problema y sabía las ganas que tenía de ser madre. Cuando colgué el teléfono
no me lo podía creer. Era como si hubiera comprado una prueba de embarazo y
hubiera salido positivo. Me explicó que iba a tener un hijo no deseado con la
novia de su hermano, y que si éste se enterara nunca se lo perdonaría. Habían
organizado todo para que ella fuera a hacer un curso completo al
extranjero y la pareja iba a estar sin
verse durante ese tiempo. Me comentó que dijera a todos mis allegados que el
milagro se había producido, que íbamos a ser padres. Compré vestidos para lucir
una barriga inexistente, aunque muy
deseada. Naciste un poco antes de tiempo y gracias a los contactos que ellos
tenían arreglaron todo el papeleo y pude regresar contigo como si fuera tu
verdadera madre.
Martin,
ese padre biológico siempre estuvo pendiente de ti. También te cuidó desde la
distancia. Quiero que sepas que Isaac, la persona que te contrató para trabajar
con la familia Caelum, es tu progenitor. Nunca olvides que has sido lo más
importante en mi vida. Te quiero y siempre te querré allá donde esté.-
Esas
fueron sus últimas palabras. Su cara pareció descansar en aquel instante al
contar ese secreto que llevaba guardando durante tantos años.
By Vestigium
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