Y
al fin, en tierra firme.
No
era Sevilla, donde se encontraba en paz. Donde los paseos por el Parque de
María Luisa disfrutando de los jardines, de los olores, de los sonidos… la
reconfortaban, y encontraba en ese hábitat la medicina para su alma. ¡Cuántas
horas había pasado en ese Parque! ¡Cuántos helados saboreados a la sombra de
sus árboles! ¡Cuántos besos robados! ¡Cuántos paseos de la mano, de amores de
verano! ¡Cuántas lágrimas derramadas sentada en sus bancos!
Siempre
que necesitaba encontrarse a sí misma, acudía a este lugar.
Pero
fue llegar a Malta, tras todos los acontecimientos vividos en las últimas
semanas, y sentirse protegida. Casi casi como en “su Sevilla”. Fue tal la
sensación de tranquilidad y calma, que sintió al salir de aquel avión e
inspirar aquel clima suave y cálido, al notar calor que desprendían los rayos
del sol brillante de la isla sobre su blanca piel. Tal fue la sensación de
libertad percibida, que a pesar de que un chófer enviado por Daniel la estaba
esperando decidió ir por su cuenta.
“Señorita
Palmira, ¿está usted segura? Yo podría acercarla donde desee…”
Si,
muchas gracias. Simplemente, dígale a Daniel que nos veremos en un par de horas
en los Jardines altos de Barrakka. Justo donde pasábamos las tardes en mi
infancia. Debe ser puntual, puesto que debo estar de vuelta en Venecia a
primera hora de la tarde.
Entonces
Palmira, decidió coger un autobús de transporte público dirección a la Valetta.
En los 25 minutos del trayecto desde el aeropuerto, sus pensamientos la
volvieron a llevar al nuevo proyecto de joyas juveniles que acababa de ser
aprobado por el Consejo, y tenía la sensación de que en Malta podría encontrar
alguna inspiración.
Casi
sin pensarlo, se posó del autobús y comenzó a caminar por aquellas calles sin
pausa y con rumbo a uno de los lugares más representativos de la ciudad, St.
John´s Co-Cathedral.
En
la entrada, Palmira cubrió sus hombros y tapó sus piernas con los pañuelos que
le cedieron a la entrada y dirigió sus pasos hacia el interior. El silencio,
los mármoles brillantes, las espectaculares tallas de madera bañadas en oro… la
invitaron a sentarse para disfrutar del momento. Y allí, sentada por azar en
una de las sillas de madera, al echar la vista al suelo observó las lápidas de
mármol con incrustaciones que conmemoran a los más ilustres caballeros de la
Orden de Malta, y de repente… justo a su derecha, una lápida con un ángel que
sostiene una corona de laurel, y a sus pies un epitafio en latín: “Et Caelum
est in vos”.
Al
verlo, un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Su piel se erizó mucho más que en
la tórrida noche de pasión vivida horas antes, su corazón latía a tal velocidad
que parecía se le iba a salir del pecho y su cuerpo reaccionó levantándose de
forma casi involuntaria a la par que daba un suspiro.
Allí
entendió un poco más de sí misma, y de lo que estaba ocurriendo. Descubrió que
un edificio por cuya apariencia exterior pasa casi desapercibido, puede llegar
a contener en su interior el más bello de los frescos, mármoles brillantes,
tallas de madera impresionantes y oro resplandeciente. Ella, y nadie más que
ella, la dulce Palmira, la que había estado apartada del mundo “Caelum” era el
diamante de la familia, la llave que podría abrir muchas puertas, y había sido
la última en enterarse.
Sin
pensarlo, salió de la catedral y comenzó a caminar hacia los Jardines altos de
Barrakka. Daniel la estaría esperando, y algo le decía que sus últimas
intuiciones se iban a confirmar. Palmira es el “diamante” que “el Amo” está
buscando.
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Aram
Aram |
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