El pánico invadió su
cuerpo. Lo último que recordaba era el momento en el que Andrea abrió la
guantera del coche y le entregó una carpeta de piel labrada, pero después de
eso, es como si su mente hubiera borrado todo. Por más que intentaba recordar,
era inútil.
No. Eso no era una
pesadilla, por más que se empeñara. Estaba despierta y bien despierta. Aturdida
y con un fuerte dolor de cabeza, pero despierta.
Aquella fría estancia,
con aspecto de mazmorra, paredes de azulejos, suelo de cerámica y olor a
alcohol era real.
Estaba sola, con una
camisa de fuerza y el cuerpo y pies atados a una cama mediante 3 correas de
cuero grueso y hebillas ligeramente oxidadas.
Alzó ligeramente la
cabeza. La habitación estaba en penumbra pero pudo distinguir que junto a ella
había una pila sucia con un grifo que goteaba y al otro lado una mesa llena de
utensilios metálicos y de cristal que no conseguía identificar, pero que la
asustaban aún más. Enfrente, un ventanuco de apenas un palmo, justo encima de
una puerta de hierro, dejaba pasar algo de luz. Una luz anaranjada y fría como
la habitación.
Entonces, gritó: - ¿Hay
alguien ahí? -¡Ayuda!
Sólo el eco la respondió.
Volvió a gritar: ¿Hay alguien?, por favor, ¡ayuda!
Tras unos segundos
interminables, un susurro rompió aquel silencio: ¡calla!, ¡cállate!, ¡se
enfadarán, vendrán y en la bañera te meterán!
El susurro venía de la
habitación de al lado. Era una voz masculina, de hombre talludo y cansado.
Palmira le preguntó: - ¿Quién
eres? De nuevo se hizo el silencio. - ¿Quién eres? Volvió a preguntar. -
¡Shhhhh!, ¡cállate! Ahora no es el momento. Espera y no grites o lo lamentarás.
Palmira apoyó de nuevo su
cabeza en aquella cama y fijó su mirada en el techo como si allí fuera a
encontrar la respuesta a todas sus preguntas.
Estaba agotada. Se sentía
aturdida y tenía miedo. Su cuerpo empezó a temblar.
Intentó moverse, pero era
inútil. Una lágrima se deslizó por su mejilla. Su desconcierto no la dejaba
pensar con claridad pero sabía que algo tenía que hacer para salir de allí.
Cerró los ojos unos
instantes, concentró las pocas fuerzas que le quedaban y, como si de un ataque
se tratara, empezó a agitarse fuertemente de un lado para otro, pero sólo
consiguió que la cama se desplazara unos milímetros.
Entonces fue cuando
escuchó cómo alguien se acercaba. Alguien que empujaba un carrito de ruedas que,
con el vaivén, hacía que los objetos que allí hubiera chocaran unos con otros,
produciendo un agudo chirrido.
Palmira se estremeció con
aquellos pasos, que se oían cada vez mas cerca, hasta que se detuvieron al otro
lado de la puerta de hierro. Después, y durante unos segundos, nada de nada. Palmira
sólo oía el latido de su corazón hasta que un fuerte sonido de llaves rompió
aquel silencio. Inmediatamente después, una de esas llaves se introducía en la cerradura,
giraba 2 vueltas y destrababa la puerta.
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