En ese preciso instante,
una voz masculina de tono grave y ronco, estilo a la de gran genio del soul y rhythm
and blues Barry White, pronunció su nombre.
-“¿Señorita Palmira!?” sonó
con un tono de incredulidad y al mismo tiempo de alegría. Y la dulce mujer pelirroja
la identificó de forma instantánea, tanto que no pudo más que cerrar los ojos y
respirar profundo mientras una pequeña sonrisa se dibujó en su cara.
Era una voz familiar
entre tanto desconocido. Una voz que aportaba un poco de calidez a aquel
ambiente glamuroso pero frío. Una voz que venía acompañada de un olor entre
eucalipto y almidón, que hizo regresar por un segundo a Palmira a su niñez. A
la casa de verano que sus padres poseían en La Valetta, y donde ella había
vivido sus meses de vacaciones bajo la supervisión de la familia O'connell, jefe
de servicio de camareros y gobernanta del Gran Hotel Palazzo Venezia, propiedad de sus padres en la ciudad de los
canales y las góndolas.
En el preciso instante en
el que su cuerpo comenzaba a girarse, una pequeña lágrima recorrió la mejilla
de Palmira, y apenas pudo sacar un hilito de voz para pronunciar su nombre - “Daaniel”-
mientras se lanzó a los brazos de aquel robusto hombre, que no pudo más que
acogerla con un tierno abrazo, hasta que fue consciente de que el señor Smith y
la señorita Clayton observaban aquella escena con aire atónito, y apretó la
mano de Palmira al tiempo que le hacía un pequeño guiño con el ojo, y la separa
de su robusto cuerpo con la intención de recordarle “donde estaban”.
Palmira enseguida fue
consciente de la situación, y mientras intentaba recomponerse, comentó:
- Disculpa mi
atrevimiento, Daniel- y dirigiéndose a Martin y Alison, con intención de
justificar lo ocurrido añadió: - Tras el fallecimiento de mi querido tío Isaac,
es la primera persona que recuerdo de mi infancia a la que veo. Y me he
emocionado.
Martin Smith era todo un
caballero, y había quedado prendado de la dulzura e inocencia de Palmira, por
lo que no pudo más que quitar hierro a la situación, puesto que no era común
que una señorita con el apellido Caelum tuviese un acercamiento tal, con
personal del servicio.
- Han sido tan intensos
los sentimientos has vivido estas semanas, que es normal que estés un poco aturdida.-
dijo Martin mientras cogía a Palmira de nuevo por su cintura invitándola hacia
un grupo de personas que charlaban con sus copas en la mano.
Mientras tanto Daniel, el
jefe de sala irlandés, había desaparecido de la vista de los señores tan en
silencio, que Palmira no tuvo tiempo a reaccionar y cuando echó la vista atrás,
solo pudo ver cómo, a lo lejos, cruzaba las puertas batientes por las que el
personal de la sala sacaba bandejas e introducía las copas vacías en la cocina.
La actitud de Daniel
había dejado una sensación de nerviosismo y desconcierto en Palmira. Él y Dolci,
su mujer, siempre la habían querido y tratado como a la hija que nunca
tuvieron. Pasaron cientos de horas recorriendo los Jardines altos de Barrakka,
desde donde veían el Gran Puerto de Malta, y allí Dolci le contaba su infancia
en la isla, mientras que Daniel, que se había quedado en Malta por amor,
compartía las travesuras que hizo en su Dublín natal, al que echaba tanto de
menos y que la rojiza melena y pecas de Palmira tanto le recordaban.
Un rato después, un
camarero se acerca a Palmira y le ofrece un canapé. Enseguida Palmira observa
algo diferente en su mirada y acepta gustosa. Bajo la servilleta, una nota.
Palmira intuye que se la envía Daniel, se excusa del grupo de personas con las
que estaba conversando, entre ellos Martin y Alison, y dirigiéndose al lavabo consigue
desplegar el papel:
“My
piece of Ireland”, mi mujer ha fallecido. Hay muchas cosas
que debes saber, y solo yo puedo ayudarte. Este no es el lugar adecuado. Las
paredes escuchan.
¿Recuerdas donde te
subías en nuestro lugar preferido en Malta? Esta es la clave que te llevará a
mí sin peligros. Iré todos los días al atardecer hasta que des con el lugar
correcto y podamos vernos. Daniel”.
En ese momento Palmira,
pensó: “¡Los cañones!”
By Aram
Aram |
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