Desde
aquel día lluvioso en el que su madre falleció, Martin no pudo parar de pensar
en todo lo que le había contado. Sabía que sus padres adoptivos habían guardado
muy bien el secreto. En ese instante su vida se desmoronó como un castillo en
la orilla de la playa, derribado por las olas.
Necesitaba
conocer la verdad, pero ya era complicado al haber fallecido Isaac. Pensó que
la solución pasaba por hablar con Razzi, la madre de Palmira que también lo era
suya. Estaba convencido que nunca le iba a reconocer como su hijo, y menos
viviendo todavía su marido ¿Qué haría si lo negara? ¿Cómo podría rebatir
cualquier argumento? No quería nada económico, simplemente el saber que siempre
estuvo en su mente y que le había echado de menos.
Finalmente
contactó con uno de los mejores investigadores privados de Estados Unidos. Le
contó lo poco que sabía de sus orígenes; la forma en la que una joven se quedó
embarazada del que sería su cuñado y como éste arregló todo para que ella
estudiara en el extranjero, ocultando así su estado de gestación. También la
gestión del papeleo irregular y de esa manera, la que hasta ese momento había
sido su madre, fuera a buscarle y le trajera con toda la documentación en
regla.
Le
comentaron que al haber pasado tantos años no iba a ser sencillo, pero que se
pondrían inmediatamente con el proceso de investigación. Una vez que tuvieran algún
resultado contactarían nuevamente con él.
Pasadas
unas semanas recibió, en su loft de la planta 50, una llamada. Habían
descubierto varios temas de la familia Caelum. Entre otros los
problemas de gestación de Razzi tras su parto; relaciones del clan con el Dr. Wayne J.
Weiss. Y sobre todo, y más importante, se le incriminaba de la muerte en un
accidente en Praga de una mujer llamada Elena.
Martin
se quedó pálido, sujetando el auricular con todas sus fuerzas. El corazón le
palpitaba a toda velocidad. No conocía a ninguna Elena y nunca había estado en
esa ciudad. Pero ¿Quién quería imputarle un delito? ¿Sería por un tema económico, al tener derecho a parte de la herencia
Caelum? ¿Querría su propia madre
biológica hacerle desaparecer? ¿Sería Levy,
su marido, el descubridor de aquel error de juventud, que no quería ver
manchado su apellido? Miles de preguntas
se le pasaron en una décima de segundo por su cabeza. El investigador privado, tras unos segundos
de silencio que se hicieron eternos, le comentó que al día siguiente tomaría un
vuelo a primera hora con destino a Chicago. Allí le presentaría pruebas de todo
lo obtenido. Quedarían en el Museo Field de Historia Natural, ya que temía que
en su despacho hubiera micrófonos ocultos.
Esa
noche Martin se acostó muy tarde. No paraba de pensar y no conseguía conciliar
el sueño. Miles de interrogantes iban pasando uno a uno por su mente. Nombres
del pasado y del presente se amontonaban como reses que van al matadero,
obligadas a pasar de una en una. Buscaba alguna explicación racional a la
conversación telefónica. Tras dos horas en la cama dando vueltas, se levantó y
tomó una pastilla para dormir. A lo lejos, entre los estados de Indiana, Wisconsin
y Michigan, el sol comenzaba a aparecer. Parecía el preludio de una nueva vida.
Habían
quedado en un lugar lleno de turistas. Martin se iba a dirigir al museo, donde
tantas horas pasó de pequeño y le provocaron sus ganas de ser gemólogo. Le encantaba la Galería de Jade, con todo tipo
de objetos encontrados en las excavaciones. También la de las gemas, con infinidad de diamantes y piedras
preciosas del todo el mundo.
Cogió
su automóvil camino al 1400 S. Lake Shore Drive. A la
altura del Millennium observó por el espejo retrovisor como un coche negro, con
cristales tintados, le iba siguiendo. Paró en un semáforo a la altura de la
Fuente Buckingham y un hombre con gafas oscuras descendió de ese automóvil. El
bajó la ventanilla y aquel desconocido le preguntó la ruta más rápida para ir
al Planetario. Escuchó como un golpe en la chapa, pero no le dio importancia.
El vehículo, que aparentemente le perseguía, se desvió por la primera calle a
la derecha. No había seguido sus
indicaciones. Tres minutos después tuvo
un presentimiento. Fue consciente por un segundo que iba a morir y no conocería
todos esos secretos que el investigador había descubierto. Su coche saltó por
los aires en una explosión rompiendo las ventanas de los edificios y de algunos
vehículos que estaban circulando junto a él. Minutos más tarde la policía
acordonó la zona y los bomberos apagaron las llamaradas. No había nada que
hacer, el ocupante del vehículo estaba totalmente calcinado. Martin había
muerto.
By Vestigium
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